jueves, 15 de marzo de 2007

El germen de la tiranía

Mientras los ecuatorianos tratamos de progresar, una vez más, nuestras instituciones políticas se empantanan en luchas intestinas, que ya impolutos juristas han resuelto, pues no hay más que cumplir y hacer cumplir la Constitución. Tanto Congreso como Tribunal Electoral han cometido inconstitucionalidades, en cuyo caso ambas acciones deben ser anuladas. Hasta el momento el árbitro de esta disputa ha sido el gobierno, que pese a que esconde la mano, es evidente que fue la Policía Nacional, al mando del ministerio de gobierno, quien determinó cuál de las dos acciones inconstitucionales se cumplía. En la práctica ya no hay República, y lo que puede venir es muy grave para el futuro de nuestra deformada Democracia, el totalitarismo despótico. En este sentido cabe preguntarnos ¿Por qué nuestra democracia no funciona tan bien como otras? ¿Si la democracia es el mejor sistema de organización social por qué la diferencia de resultados? Capaz la respuesta radica en el origen mismo del modelo occidental de democracia, que tiene dos tradiciones bien diferenciadas. La tradición constitucionalista liberal y la tradición democrática. La tradición constitucionalista liberal es entendida como el gobierno de las leyes. Es en esta idea en la que se inspira el liberalismo y a su vez es la base de la teoría del “rule of law”. Leyes que están circunscritas a lo que se ha llamado el derecho natural, es decir, derecho a la vida, propiedad y libertad. Mientras que la tradición democrática –entendida como gobierno de las mayorías o gobierno de los hombres– trata sobre la participación democrática en la elección de un gobierno mediante elecciones libres y justas. El objetivo primordial de la tradición constitucionalista liberal o gobierno de la ley, no trata sobre la forma de cómo se elige un gobierno, sino cómo se preservan de forma más eficiente las libertades individuales: vida, propiedad y libertad. ¿Cuál ha funcionado mejor? La respuesta la tenemos a la vista. En países donde rige en mayor grado el imperio de la ley –EE.UU., España, Irlanda, Estonia, etc.– son países prósperos y con estándares de vida muy superiores; mientras que, donde impera el “gobierno de los hombres”, se tiene pobreza. Este es el caso ecuatoriano. En Ecuador no existe el gobierno de las leyes sino esta clase de democracia que tiene supeditados a los ecuatorianos a los antojos de los gobiernos de turno. Por eso la democracia entendida solamente como gobierno del “pueblo” es incapaz de garantizar las libertades y por ende incapaz de generar prosperidad. Uno de los maestros de la Democracia moderna, Alexis de Tocqueville (1805 – 1859), ya nos advertía en su obra La Democracia en América, “La omnipotencia me parece en sí una cosa mala y peligrosa. Su ejercicio me parece superior a las fuerzas del hombre, quienquiera que sea, y no veo sino a Dios que pueda sin peligro ser todo poderoso porque su sabiduría y su justicia son siempre iguales a su poder. No hay, pues, sobre la tierra autoridad tan responsable en sí misma, o revestida de un derecho tan sagrado, que yo quisiere dejar obrar sin control y dominar sin obstáculos. Cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo a un poder cualquiera, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, digo: Aquí está el germen de la tiranía, y trato de ir a vivir bajo otras leyes”.

* Publicado por Diario El Telégrafo, Guayaquil - Ecuador. Marzo 16 de 2007.

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